Hace ocho años tuvimos la suerte de encontrar en Socoroma, a 125 kilómetros de Arica, una bacteria que hoy puede marcar un antes y un después en la agroindustria chilena. Pseudomonas lini S57 vive en suelos salinos con altas concentraciones de boro, asociada naturalmente a las raíces del orégano que crece en ese entorno desértico andino tan extremo.
Desde el principio, me llamó la atención porque posee propiedades muy interesantes para la agricultura: por un lado, actúa como bioestimulante, promoviendo el crecimiento de las plantas; por otro, tiene propiedades de biocontrol que ayudan a combatir enfermedades. Tras muchos ensayos en laboratorio, descubrimos que esta bacteria controla hongos y nemátodos que afectan los cultivos de tomate, en especial Botrytis cinerea —un hongo responsable de grandes pérdidas a nivel mundial— y el nemátodo Meloidogyne incognita, frecuente en nuestra región.
Lo que hace único a este microorganismo es su adaptación natural a las duras condiciones del norte chileno. Muchos bioproductos funcionan bien en el centro y sur del país, pero pierden eficacia cuando se aplican en regiones áridas como Arica y Parinacota. Por eso, pensamos que esta bacteria podría ser la clave para revertir esa realidad.
Junto a mi equipo, protegimos este desarrollo con dos patentes: una para su capacidad como bioestimulante en condiciones extremas, y otra para su uso como biofungicida. Luego, comenzamos a trabajar con Bioprotegens, en Chillán, para probar el producto en cultivos de guindos, nogales y berries, donde ha dado resultados muy positivos, incluso en condiciones de calor intenso y suelos complejos.
Esta colaboración, a pesar de la distancia de 2.400 kilómetros, demuestra el potencial que tiene la ciencia para conectar territorios y resolver problemas reales. Pero más allá de la tecnología, sabemos que la adopción de estos bioproductos enfrenta desafíos importantes. Existe desconfianza en muchos agricultores, quienes ven estas innovaciones como algo lejano o exclusivo para grandes empresas.
Además, el costo suele ser una barrera para los pequeños productores que venden en ferias o mercados locales. Sin embargo, hemos visto cómo algunos de ellos han estado dispuestos a probar estas soluciones más amigables con el medio ambiente.
En Socoroma, las comunidades indígenas que trabajan la tierra rechazan el uso de pesticidas y fertilizantes químicos para mantener cultivos 100% orgánicos, como el orégano con sello de origen que producen. Ahora enfrentan la roya, una enfermedad que amenaza sus cultivos, pero rehúsan usar productos químicos que dañen el carácter orgánico de su producción.
Por eso, en la Universidad de Tarapacá estamos desarrollando tecnologías basadas en microorganismos de nuestra propia colección para ofrecer soluciones biológicas que combatan la roya de forma sustentable. Así, ayudamos a estas comunidades a proteger su patrimonio agrícola y a abrir nuevas oportunidades en mercados orgánicos.
Creo firmemente que la agricultura del futuro debe ser sostenible, eficiente y respetuosa con el entorno. Y esa visión es la que nos guía en esta investigación que partió con una bacteria humilde, oculta en el desierto, y que hoy abre una puerta a un cambio real para el campo chileno.