La (centro) derecha chilena se encuentra ante el desafío de descifrar un acertijo. Se trata de resolver desde la comodidad del poder la lucha por la hegemonía de sus distintas almas en disputa, la conservadora y la liberal, tomando en cuenta que mantener la unidad en la diversidad es la clave para proyectarse más allá del gobierno del presidente Sebastián Piñera.
Como decía Giulio Andreoti, el político más persistente de la Italia de la post guerra: el poder desgasta, a los que no lo tienen. Pero la interrogante es ¿poder para qué?, si es solo para gestionar lo existente o para crear un nuevo modelo político, económico y social que cierre las brechas del actual, relegitimando las estructuras e intereses que encarna el oficialismo.
Algunos piensan que lo ideal sería reeditar a la Concertación, convocando a un amplio espectro de fuerzas que se aglutinen en torno a un nuevo centro, capaz de restaurar el consenso neoliberal de los años 90. Pero, un requisito básico para lograr dicho fin es tener un diagnóstico certero sobre la sociedad en la que vivimos, identificando a los chilenos de hoy, no a los de décadas pasadas, sin prejuicios ideológicos puesto que, así como le dieron más de un 54% a Piñera en las últimas elecciones, más de un 60% eligió a Michelle Bachelet en 2013.
¿Los dilemas son derechos versus libertades, regulación estatal versus abusos, crecimiento con igualdad o crecimiento a secas?, ¿o se tratará más bien de una masa sin demasiada conciencia, salvo de sus necesidades más directas, o de gente empoderada que exige lo que le corresponde? Como siempre, la realidad no es en blanco y negro, sino que llena de matices que requieren ser distinguidos con precisión. Ni siquiera basta con estudios electorales por serios y bien fundados que parezcan, pues con la alta abstención existente y la volatilidad de un segmento importante de la población, es muy difícil establecer parámetros certeros. Si a ello agregamos una crisis de representación que afecta al conjunto del sistema político, las conclusiones de cualquier análisis son, por decir lo menos, inciertas.
Sabemos que prima la desconfianza en las elites, que el antiguo centro está en descomposición y que la izquierda aun no encuentra caminos de convergencia. Politizar en medio de conductas marcadamente individuales es un desafío que parece demasiado arduo, la cultura predominante evita las respuestas colectivas y los chilenos se manifiestan dispuestos a moverse solo por sus intereses más directos.
Sin embargo, esta situación aparentemente favorable a la cultura de la (centro) derecha, puede encerrar un espejismo que llame a confusión si prevalecen los que quieren mantenerse en la zona de confort del statu quo. La alternativa es el cambio, para uno u otro lado, aunque no sepamos con exactitud cuáles son esos lados. La ausencia de opciones concretas profundiza un malestar que va en aumento y nadie ha logrado clavar la rueda de la historia…que se sepa, al menos.
