Un revuelo de grandes proporciones han provocado las diversas notas y reportajes periodísticos que han puesto en evidencia los informes pagados por numerosos parlamentarios, cuyos contenidos han sido plagiados de otras fuentes o, como está de moda decir, realizados bajo la fórmula del “copy & paste”.
Algunos de los implicados con premura han salido a explicar o defenderse de tales acusaciones, otros han optado por el ostracismo y no faltó el que pateó el tablero ante tanta intromisión de los medios y Fiscalía.
Pero más allá de las posibles faltas o delitos que puedan estar en torno a estas cuestionables prácticas, vale pena realizar las siguientes preguntas: ¿Nos extraña que exista el plagio a este nivel de autoridades? ¿No está en nuestra cultura y praxis chilena un inevitable compulsión a copiar lo de otros? ¿No es la creatividad y originalidad un bien escaso en nuestra sociedad?
Basta ver nuestros más respetados edificios patrimoniales, donde los estilos arquitectónicos franceses o ingleses abundan y los admiramos en toda su majestuosa imitación.
O basta escuchar nuestras propias auto reafirmaciones como “los ingleses de América” o “los jaguares latinoamericanos” para darse cuenta cómo nos cuesta construir una identidad propia.
Y para qué decir si vemos nuestra televisión, especialmente los matinales, donde la copia burda de unos a otros parece un eco eterno que ensordece con su falta de originalidad.
Entonces, nuestro país podría dibujarse como una larga y angosta faja de tierra llena de plagios de todo lo que parece exitoso, como si la descarada usurpación de una idea fuera un refugio seguro para evitar errores y tener un mediano éxito, dejando a otros el riesgo de la creatividad e innovación.
Por algo quedó tan grabada, en nuestro vocabulario popular, la burlesca frase de un personaje del Jappening con Já que sacamos siempre a colación: “Guatón copión”.
Udo João Gonçalves Flores
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