Hijos de torturadores argentinos se unen para exigir que sus padres cumplan condenas

Fecha : 11/07/2017
• "Historias desobedientes" es el nombre del grupo de los hijos de represores argentinos, quienes se rebelan contra sus padres y se unieron para exigir que no salgan de la cárcel y que cumplan sus condenas de cadena perpetua.
 

Argentina después de vivir una de las peores dictaduras del planeta mantuvo durante años dividido a sus ciudadanos: por un lado, estaban los represores y sus familias, por otro, las víctimas y las suyas. Pero un grupo, conformado por siete mujeres de entre 40 y 60 años, dio un gran paso al participar por primera vez en una manifestación con una pancarta que decía: “Hijos e hijas de genocidas por la memoria, verdad y justicia”. Un debut en sociedad que fue posible gracias a las acciones que comenzaron a tejer Erika Lederer, Liliana Furió y Analía Kelinec.

“Historias desobedientes” es el nombre del grupo de los hijos de represores argentinos que ya es integrada por más de 50 participantes. En una entrevista para el diario El País, María Laura Delgadillo, una de sus fundadoras, cuenta que “al principio fue una catarsis. Acabamos llorando casi todos. Arrastramos una cultura muy arraigada que nos dice: honrarás a tu padre. Es muy difícil romper con eso”.

Cada uno de los integrantes del grupo arrastra historias cargadas de dolor y contradicción que son compartidas en cada una de sus reuniones, las que han servido como una terapia sanadora. “Algunos solo hemos recibido caricias de una mano contaminada por la tortura”, contó uno de ellos en la última cita para el diario El País. Muchos sufren consecuencias físicas de tanta tensión, se enferman. Tiene apoyo de psicólogos para que les ayuden a contar. Todos superan los 40 años, algunos llegan a 60, y sus padres se están muriendo. Lo que más les angustia es que lo hacen sin contar nada, sin decir dónde están los desaparecidos.

El gran sueño de muchos de estos hijos es convencer a sus padres de que se arrepientan y ayuden a encontrar los cuerpos de los desaparecidos o los nietos aún sin recuperar. “Queremos romper el pacto de silencio que hay entre ellos. En las familias a veces hay datos que pueden reconstruir la historia. Si conseguimos unirlos podemos ayudar a otras víctimas”, explicó para el diario El País María Eugenia Vergera, otra miembro del grupo, que tiene doble condición: es sobrina de un represor y a la vez esposa de un desaparecido. Pero no se engañan, ahora mismo parece imposible. El pacto de silencio de los represores ha resistido. Nadie se ha arrepentido ni ha dado un solo dato de una fosa común. Ni siquiera ante sus hijos. Liliana Furió, hija de un conocido represor de Mendoza, condenado a perpetua en 2013, lo intentó muchas veces. Hasta que él le gritó “No se hablé más, si tuviera que volverme a poner la capucha lo volvería a hacer”. Ahora él está senil, y ella lo visita en su arresto domiciliario. Algunos tienen relación con sus padres, otros no. Muchos han fallecido.

“MUY CARIÑOSOS”
“Mi padre se murió discutiendo conmigo”, contó Walter Docters. Su padre era represor y él luchaba contra la dictadura, pasó varios años en la cárcel. Pero no lo mataron precisamente por su apellido, porque Echecolatz, que dirigía la represión en la provincia de Buenos Aires, le prometió a su padre que lo salvaría. “Era de ideología nazi, era arquitecto y trabajó con Echecolatz en el diseño de los lugares donde tenían a los detenidos. Yo militaba en el ERP pero él logró que no me mataran”. También le pidió muchas veces que confesara, sin éxito. “Me decía tú tienes tus compañeros, yo los míos. Ellos te mantuvieron con vida, cumplieron, yo no voy a ir contra los muchachos”.

Precisamente el conmovedor testimonio de la hija de Echecolatz, que apareció en la revista Anfibia, impulsó a muchos de estos hijos a unirse. Algunos ya habían aparecido con sus historias en el libro Hijos de los 70 (Sudamericana) de Carolina Arenes y Astrid Pikielny, un texto sobrecogedor. Pero Mariana, que ya no se apellida Echecolatz porque se lo cambió, removió muchas cosas al contar el horror de ser hija de ese monstruo que también lo era en casa, como muchos de ellos. Aunque no todos, algunos se comportaban como padres muy cariñosos.

Quieren justicia. Exigen que a sus familiares no se les apliquen un beneficio, el llamado dos por uno (dos días por cada uno pasado en prisión preventiva) que sacaría a muchos a la calle. Algunos tienen terror ante la idea de que sus padres salgan libres. Les cuesta vivir con ese peso. Por eso se unen.

En Chile, algunos hijos de represores quieren organizar algo parecido lo que, sin duda, sería un gran paso para enfrentar cara a cara los dolores que se arrastran desde hace más de 30 años y de una vez por todas comenzar a sanar con la verdad. 

 
 
 
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