La opinión pública fue sacudida, nuevamente, por un escándalo que nace de las entrañas del mundo político: Las millonarias inversiones realizadas por el Partido Socialista en acciones y bonos de empresas como Soquimich, Pampa Calichera, Autopista del Sol, Vespucio Norte, además de compañías sanitarias y eléctricas.
Un remezón, al igual que todos los relacionados con los vínculos entre política y dinero, que es provocado no tanto por el carácter legal o ilegal de las transacciones financieras –que está por verse- sino que, sobre todo, por la distancia ética entre lo que predican y sus prácticas reales.
Y es que al igual que otras defensas de involucrados en este tipo de escándalos -incluido obviamente el ex Presidente Sebastián Piñera-, en esta ocasión, también buscan aferrarse al carácter legal del episodio y no al fondo ético del mismo.
Mientras, los ojos de los ciudadanos, precisamente, apuntan a mirar esas prácticas desde lo valórico, porque es la esencia de lo político que hoy se ve tan difuso y extraviado.
Ahí radica, precisamente, la gran distancia que la gente tiene de la clase política y que los partidos y sus líderes no entienden.
Para ellos, el pragmatismo del libre mercado que les había funcionado tan bien -hasta para vender ideas- caló tan hondo, que son contumaces para descifrar que sus turbias prácticas no están en la sintonía con la mayoría de la ciudadanía que ya está hastiada de la corrupción y el clientelismo, y que ahora está tras nuevos idealismos y utopías basados en la transparencia, la participación y la ética.
Udo João Gonçalves Flores
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