La Región de Arica y Parinacota es un laboratorio natural a cielo abierto. En pocos kilómetros, pasamos del desierto costero más árido del planeta al altiplano andino, donde la vida ha aprendido a adaptarse a condiciones extremas.
Esa diversidad de ecosistemas nos convierte en una región única, no solo para Chile, sino para el mundo entero. Sin embargo, a menudo olvidamos que este patrimonio natural necesita más que admiración: requiere protección, investigación y educación.
Las áreas protegidas del norte son verdaderos refugios de biodiversidad y cultura. El Parque Nacional Lauca, la Reserva Nacional Las Vicuñas y el Monumento Natural Salar de Surire conforman un corredor biológico que resguarda más de 400 mil hectáreas de ecosistemas altoandinos. En ellos habitan especies emblemáticas como la vicuña, el flamenco y la taruca, junto con comunidades aymaras que mantienen vivas tradiciones de manejo sustentable del territorio.
Estos espacios, además de su valor ecológico, son aulas vivas. Desde las ciencias básicas, nos permiten comprender los procesos naturales, las interacciones entre especies y los efectos del cambio climático en zonas extremas. En tiempos donde la sustentabilidad se vuelve un imperativo global, las áreas protegidas del norte no son solo paisajes para admirar, sino fuentes de conocimiento que pueden guiar nuestras decisiones hacia un desarrollo verdaderamente sostenible.
No obstante, su conservación depende del compromiso de todos. Es necesario fortalecer la educación ambiental desde las primeras etapas, promover el ecoturismo responsable y apoyar la investigación científica que se desarrolla en estos territorios. Solo así podremos garantizar que las futuras generaciones hereden no un recuerdo, sino un patrimonio vivo.
Arica y Parinacota es una región que enseña silenciosamente. Sus volcanes, bofedales y salares son testigos de un equilibrio que debemos preservar. Cuidar nuestras áreas protegidas no es un gesto simbólico, es una decisión ética y científica: proteger la vida en todas sus formas.